Oscar Conde: “Charly García está en un podio con Piazzolla, Yupanqui y Spinetta”
El ensayista dice que Charly a veces vino desde el futuro y retrató nuestra frivolidad, nuestras pesadillas pero, sobre todo, la soledad.
Un nombre y un año. Dos coordenadas que parecen simples datos burocráticos, pero que a veces pueden irradiar luz. ¿Qué nos sugiere el nombre de Charly García y el año 1983? Son demasiados pensamientos. El artista más popular de la Argentina y el año en el que volvió la democracia confluyen en la creación de un disco mítico, Clics modernos, que hablan de un pasado, un presente y, tal vez, de un futuro en esta parte del mundo. Los temas que lo forman son ya clásicos: Los dinosaurios, Nos siguen pegando abajo, No me dejan salir, No soy un extraño, entre otros.
El poeta, ensayista y docente universitario Oscar Conde se ocupó de esta bifurcación -pasado, presente, futuro- en el libro "Charly García, 1983" , que edita UNIPE. Estructurado en tres grandes bloques ("Antes de Clics modernos", "Clics Modernos" y "Después de Clics Modernos") que en conjunto ayuda a comprender una totalidad, esta obra analiza la incidencia de este disco de Charly en nuestra sociedad. Explica Conde en el libro: “Clics modernos cambió el rumbo de la música argentina, convirtiéndose en una verdadera bisagra temporal dentro de la historia de nuestro rock. (...). El título, que parecía remitir a los disparos de un fotógrafo, era absolutamente anti-nostalgia y el contenido reafirmaba de modo absoluto esa presunción. García daba un salto al futuro que lo ponía muy lejos de Sui Generis, de La Máquina e incluso de Serú Girán. (...) Su nuevo disco invitaba al baile, que parecía ser la catarsis corporal que la juventud argentina estaba necesitando después de haber permanecido ocho años atada al yugo triunfal de la dictadura. En 1983, los tiempos cambiaban en todo el mundo, pero en la Argentina más que en ninguna otra parte.”
Y ahora mismo vale la pena escuchar a Conde:
-¿Qué tiene Charly García para ser un objeto de estudio tan preciado?
-Lo primero que tiene García es un talento innegable. Lo segundo, una vigencia indiscutible desde el primer disco de Sui Generis (Vida, de 1973) hasta hoy, 46 años después. Esta vigencia puede medirse porque a sus presentaciones concurren personas de todas las edades. Ningún artista puede perdurar medio siglo si no es en virtud de una obra sólida y prolífica que tiene algo para decirle a un público de distintas edades y de distintos estratos sociales. Desde el análisis literario debe estudiarse a los mayores exponentes para dar cuenta de sus intereses, obsesiones y particularidades poéticas.
-¿Por qué decidiste hablar justamente del segundo disco solista?
-Este libro pertenece a una colección llamada “Autor, fecha". La idea es estudiar la producción de autores argentinos dedicándole un capítulo central a una obra que haya tenido una importancia especial. Pero pensamos que la noción de literatura debía ampliarse y que no solo deben merecer nuestra atención los autores o autoras de libros. Las letras de las canciones, el humor y la historieta también son literatura. En ese marco, creí que la obra de García a la que había que dedicarse debía ser Clics modernos. Se trata de un álbum bisagra: fue su modo de ingresar a la modernidad, de ser una vez más vanguardia, en 1983. El secreto está en haber integrado el pop al rock.
-¿Cómo influyó este disco en el futuro de Charly y en el rock nacional?
-Tuvo una influencia gigantesca y, en su época, inmedible. Con ese disco el rock argentino cambió muchísimo: bajó de la cabeza y el corazón (es decir, desde una escucha intelectual) a los pies (con una escucha corporal). Fue cuando el rock nacional se apoderó de nuestros cuerpos por completo. Si bien García no fue el primero. A comienzos de los 80 ya había bandas que tocaban canciones que podían bailarse: Los Abuelos de la Nada, Virus o Los Twist. Pero ninguno de ellos tenía el arrastre masivo de García, ni habían podido grabar un disco con la última tecnología (Clics se grabó en los estudios Electric Lady de Nueva York) ni proponían una música que parecía venida del futuro. El punto más alto de la carrera de Charly son sus primeros discos solistas: Yendo de la cama al living, Clics modernos, Piano Bar y Parte de la religión –al que considero el mejor de todos sus álbumes–. Esta no es meramente una idea mía. Más de la mitad de los temas que tocó en el Luna Park el 11 de diciembre pertenecen a esos cuatro discos.
-Siempre se habla de Charly como el periodista del rock y de Spinetta como el poeta, ¿qué pensás de esta dicotomía?
-Es completamente falsa. En principio, se basa en la errónea idea de que hay poetas y hay letristas. Es cierto que la práctica de escribir letras para canciones necesariamente va de la mano con la melodía y con la interpretación. La canción es un mensaje multisemiótico, en el cual la performance del intérprete es determinante. Una buena melodía y una buena letra triunfarán si lo performático (el fraseo, los matices de la voz, los acentos, las pausas, el acompañamiento gestual) consigue transmitir emociones. Pero todos los letristas son poetas; la mayoría, malos. Sin embargo, no puede decirse que en el conjunto de los letristas hay algunos poetas. Todos los letristas son poetas. Y algunos de ellos son muy buenos poetas. En esa jerarquía, la de los buenos poetas, están tanto Spinetta como García. Obviamente, sus poéticas son muy distintas desde el contenido y también desde lo formal. Sin ser una letrística muy elaborada, su producción conoció una masividad que nunca alcanzó la obra del Flaco.
-¿Qué lugar ocupa el Charly performer (con sus escándalos, etc.) en la configuración del Charly artista y músico?
-Yo creo que el performer durante algunos años borró casi por completo al artista. García no solo es un compositor increíble, también ha sido un intérprete de primerísimo nivel, sobre todo tocando piano o teclados, donde muy pocos músicos populares del mundo podrían igualarlo o superarlo. Pero el performer, la estrella rockera argentina que quiso ser (y que es) no se conformaba con eso. Necesitaba rockear con una viola eléctrica en la mano. Y como guitarrista García es mediocre. Los escándalos, que son hijos de sus adicciones y de su megalomanía, no ayudaron al artista.
-¿Cómo lo ves a Charly en la actualidad?
-El show que ofreció en estos días en el Luna Park fue correcto. Los menores de 25 se emocionan muchísimo. A mí me sigue gustando: sus discos solistas, los Sui, los de La Máquina y los de Serú son la banda de sonido de mi vida. Pero yo estuve en 1977 en el Festival del Amor, estuve en decenas de presentaciones en Obras y en el Rex, y vi y escuché a un artista "tre-men-do". García hoy sube a un escenario a dejarse amar y venerar y da lo que puede dar: un repertorio inoxidable, una coherencia artística que nadie puede discutirle y algunas muestras de su genialidad como tecladista, como lo fue la versión de Desarma y sangra, el bis que hizo el 11 de diciembre.
-Con toda su complejidad y matices, ¿cómo definirías a Charly?
-Sin duda es uno de los mayores creadores del rock argentino. También es uno de los compositores y de los intérpretes más trascendentes de la historia de la música popular argentina. A mi juicio, García ya está en un podio que ocupan (en su doble rol de compositores e intérpretes) Gardel, Yupanqui, Piazzolla y Spinetta.
-¿Y como letrista?
-Supo retratar la vida cotidiana en un amplio espectro: la frivolidad de la sociedad argentina, nuestros terrores y pesadillas, la inseguridad y la ansiedad provocadas por el amor y el desamor. Pero, si hay un hilo conductor en su poética, es la soledad. En los sucesivos sujetos poéticos de sus canciones, transitan: primero la soledad del adolescente que se enfrenta sin armas ni armaduras al mundo de los adultos; luego, la del joven que se rebela contra un sistema opresivo y siniestro; por último, la del hombre que ha fracasado en el altar del amor y decide rendirse tributo a sí mismo para siempre.
Por Walter Lezcano
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