A sala llena en la meca de los músicos. |
NUEVA YORK.- Después de dos horas de música y dos rondas de bises, Charly García volvió a sentarse frente al piano y advirtió, sonriendo como toda la noche: "Después de esto no hay más, no queremos más. Esto fue perfecto". Arrancó entonces con los acordes de "Canción para mi muerte", que casi tres mil argentinos y no argentinos vociferaron suponiendo que esta vez Charly decía la verdad. Y tenían razón. La primera canción que compuso García en su vida, resignificada en los últimos años por sus problemas de salud y recuperada para su flamante caja de CD y DVD en vivo (ver aparte), fue también la última de su recital del miércoles en Nueva York, donde no tocaba como solista desde hacía más de diez años.
Un día antes Charly asistió al musical Evita. En la foto junto a Ricky Martin y Elena Rogers, ambos fanáticos confesos del bicolor. |
A Charly se lo vio bien, un poco lento de movimientos pero bastante fino a la hora de cantar y sorprendentemente respetuoso del guión que se había puesto. Los conciertos de esta serie, que continuará en los próximos meses por América latina y llegará en agosto al Luna Park, están planificados al detalle, con arreglos lujosos y exactos y poco margen para la improvisación. A García, que en otras épocas abordaba sus recitales más como una oportunidad para la sorpresa que como la repetición de algo ya existente, esta camisa de fuerza le sienta bien, porque lo libera de tener que inventar gambetas brillantes todo el tiempo.
"Lo vi muy entero, muy bien", dijo después Sergio Mastrogiovanni, un argentino que vive en el estado vecino de Nueva Jersey y trabaja en un laboratorio. "Pero igual lo prefiero en parte como era antes, más ácido, más divertido." Un poco de razón tenía Mastrogiovanni: el Charly que llegó a Nueva York estaba tan contento de estar ahí y de rendir tributo a su propia carrera que se había quedado sin tiempo y sin energía para el sarcasmo o la ironía. En cualquier caso, la impresión es que los espectadores del recital del miércoles ganaron más de lo que perdieron con la exhibición de García y su profesionalismo, que además es una virtud muy estadounidense. Mucho de eso tuvo que ver con la banda, que Charly construyó en dos niveles: por abajo, la base chilena de guitarra, bajo y batería que lo acompaña desde hace una década; y por encima, los firuletes y las texturas de algunos de sus músicos históricos, como el "Negro" García López en guitarra, el "Zorrito" Von Quintiero en teclados y el versátil Fernando Samalea en bandoneón, vibrafón y percusión. Alrededor, el color de la viola de Alejandro Terán, el chelo de Julián Gándara, el violín de Christine Brebes y la voz a veces tímida pero siempre acogedora (y lista para el rescate) de Rosario Ortega.
Charly habló poco. Saludo a Elena Roger, la actriz argentina que protagoniza el revival de Evita en Broadway, y le dedicó, precisamente, "No llores por mí, Argentina". A Charly parecía hacerle bastante gracia estar tocando en la capital mundial de las comedias musicales: "¡Gracias, Broadway!", dijo un par de veces, riéndose de su propio chiste. Nueva York es una ciudad clave en su carrera: acá grabó o mezcló todos sus discos de los años 80, considerados por buena parte de la crítica como el momento más alto de su carrera solista. Por eso dedicó "Nos siguen pegando abajo" a Joe Blaney, "mi primer amigo neoyorquino", productor de varios de aquellos discos y presente en la tribuna.
Cuando sí dijo cosas, García aprovechó la multiculturalidad de la ocasión para hablar en inglés, casi siempre bien. Dudó un poco cuando quiso decir que la música no tiene idioma y no encontró la palabra "language". "Music has no... idiom", dijo, mostrando con una mueca que no era la palabra que estaba buscando.
La noche había comenzado con la guitarra de García López y el riff saltarín e inconfundible de "Fanky", de 1989, cuyo video mostraba, justamente, un paseo veraniego y en blanco y negro por las calles de Manhattan. Después vino una versión de "Rezo por vos" calcada de la original, pero entristecida por la imagen en pantalla gigante de su coautor, el Flaco Spinetta.
Samalea, que durante años tocó la batería en las bandas de Charly, ahora tocaba el bandoneón (dándole un toque arrabalero a "No soy un extraño") o el vibrafón, poniéndole un aire juguetón al solo, originalmente de piano, de "Yendo de la cama al living". Cinco minutos después, con los primeros acordes inconfundibles de "Cerca de la revolución", la sensación en el ambiente era que la carrera de Charly García (y el propio Charly) había vuelto a un lugar de donde quizá no debió irse nunca.
Giovanni, un peruano de Lima que vive hace 15 años en Long Island, al este de Nueva York, estaba encantado: "El recital ha sido extraordinario", dijo. "Me gustó que haya tocado tantos temas viejos, bien conocidos". Cerca suyo, vestida con una camiseta de la selección argentina, Daniela Borda, de 17 años y trasplantada hace nueve años de Lomas de Zamora al Bronx, no podía dejar de sonreír. Describió el recital con una palabra un poco pasada de moda pero que se ajustaba bastante también al espíritu ochentoso de la noche: "¡Copadísimo!
Por Hernán Iglesias Illa
Fuente: LA NACION
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