La limousine que está en la puerta combina con el estilo pretencioso del Faena. ¿Será la limousine de Charly? ¿Ya llegó y está esperando? Por las dudas, a correr por la interminable alfombra roja hasta el bar. Pero una estrella de rock puntual no es del todo estrella o no pertenece al rock. Y Charly es ambas cosas, así que la limousine no era la suya: después de una hora y media de espera en ese bar de luces bajas y música fuerte alguien finalmente invita a subir a la suite 704 donde, dice, Charly está listo para atender al periodismo, para hablar de Líneas Paralelas - Artificio Imposible, la obra que estrenará el 23 de septiembre en el Colón.
En el trayecto hasta la suite, su agente de prensa encuentra todavía tiempo para listar los tópicos por los que García no quiere pasar: no hablaremos de pérdidas -ni Mercedes Sosa (una madre, una novia, todo para él), ni Falú (su padrino, quien descubrió que tenía oído absoluto), ni Juan Alberto Badía, ni siquiera el flaco Spinetta-; no asimila la muerte. Todos son nombrados en un eterno presente.
Ahora sí, llegamos a la habitación, se escucha su voz: “¡No soy una modelo! No pienso pararme delante de todos logos de anunciantes. Primero que paguen y después vemos”, se defiende frente a un grupo de ¿productores? hasta zafar del compromiso de pararse delante de ese cortinado cubierto de logos, tan típico de revistas donde la actualidad se define por la cantidad de cirugías a las que se atrevieron los famosos de la tele.
Ya estamos sentados, micrófono abierto, a punto de conversar, sólo necesita ordenar un par de apuntes que lo ayudarán a explicar su proyecto, a no dejar nada de lo que le importa sin comunicar. “No me grabes todavía, pará”, pide y me señala una foto de una citarina “¿Conocés qué es esto”, pregunta. “La compré cuando tenía tres años, fue mi primer instrumento”. Muestra las líneas dibujadas en un papel guardado entre la tabla armónica y el encordado del instrumento. “Practicás sobre este dibujo y te aprendés la marcha nupcial”.
-¿Cuál, la de Mendelssohn o la de Wagner?
-Qué sé yo, tenía tres años y la tocaba de memoria. Y de ahí al conservatorio, a los cuatro años.
-¿En tu vida de músico profesional te sirvieron esos ocho años de formación académica?
-Sí, claro. Yo tocaba de oído y en el conservatorio aprendí a leer música, que es algo fenómeno. Pero me cansé de tocar las piezas de los muertos y los profesores no me dejaban componer. Cuando escuché a los Beatles me di cuenta de que estos tipos componían lo que querían, se llenaban de guita y las minas estaban todas detrás de ellos. Y además, tocaban música clásica.
-¿Clásica?
-Sí, las estructuras de las canciones son perfectas. Los Beatles no son de este planeta.
Love Me Do, por ejemplo, tiene los acordes sin tercera (se refiere a la nota mediante que define el modo de un acorde como mayor o menor). Y ese es uno de los trucos que más hacía que la gente se interesara, porque deja un espacio para que cantes y también para la ambigüedad tonal. Si falta la tercera en el acorde no sabés si esa música es alegre o triste, es la gente, el que escucha, el que decide.
-No creo que sea eso lo que hace a la canción alegre o triste. Fijate que la Marcha Peronista está en modo menor y se la canta como si fuera alegre.
-(Suelta una carcajada) ¿No ves lo que yo digo? ¡Ese es el problema! ¡Por eso la gente está tan confundida! Ahora, de verdad, a mí me interesa la ambigüedad, no saber cómo funcionarán las cosas desde el principio.
-Esa idea de la falta de terceras conduce “Líneas Paralelas”, ¿no?
-Sí, las líneas paralelas, haces de luz que van a dar en el escenario como si fueran las luces de un aeropuerto. En el medio va a estar Jean François Casanovas, que va a recitar. Y ese intervalo de tercera va a tirar para un lado y para otro, va a deformar todo. Todo el sonido será en estéreo, con dos parlantes distintos, uno que no soporte los agudos y otro que no tolere los graves.
-En alguna oportunidad dijiste que querías usar el Colón para medir distancias entre el oyente y el sonido. ¿No necesitarías para eso un sonido acústico, sin parlantes?
-Es que no puedo, porque el batero toca como Led Zeppelin. La orquesta está abajo, en el foso y nosotros arriba, con juguetitos. Pero quiero que los violines hagan la parte de la guitarra eléctrica y combinar los sintetizadores, los viejos sintetizadores como el theremín y el melotrón. Voy a estar en un púlpito con dos alas, tengo un tecladito remoto. La obra es una suite musical de ciencia ficción.
-¿Por qué suite?
Porque agarro muchas partes que ya hice y las mezclo con partes nuevas para modular y para que se vayan cerrando esas líneas. Es todo un track entero con un intervalo en el medio para que la gente vaya a tomar champán. Después del intervalo no va a haber nadie en el escenario ni en el foso, va a haber solo ritmos, ruidos que terminan en Yendo de la cama al living.
No sé si es esto va a ser música clásica. Al principio sí, pero después se va para el lado de Stravinski y después viene el ritmo solo, que en la música clásica no existe.
-Sí que existen piezas de ritmo solo en la tradición académica.
-Bueno, sí, pero sin negros.
-¿Sin negros?
-Claro, los negros eran esclavos, por eso no hay ritmo negro en la música clásica. Quiero que no se diferencien los instrumentos, que se escuche el todo y que haya como una deconstrucción. Al final van a quedar sólo dos instrumentos. Termina con un Si tocado por una mujer y un hombre en dos violonchelos, cuando ese Si se empiece a desafinar termina la obra.
-¿De dónde salió este plan?
-El asunto es que un día me levanto y veo que me salen dos rayos y pegan en la pared, era mi época Say no More, y los rayos pegan en la M de More. Si la pared hubiera sido traslúcida habría visto el triángulo que se formaba en el baño. Mientras eso pasaba me venían 127 ideas a la cabeza, todas juntas. Fue una clarividencia. Yo estaba en Nueva York y Yoko Ono estaba a la vuelta. Fui a verla. Yo me preguntaba qué quería decir el triángulo ese que se formaba en el baño.
-¿Ella te dio una explicación?
-Me dijo que es antimateria. Yoko es una masa total y yo me sentía John Lennon. Estaba comunicada conmigo porque sabía que yo sabía todo de la historia. Acá hay un concepto previo y una cosa jodida: estoy detruyendo el acorde, por lo tanto estoy destruyendo la música. Pero trataré de que el sonido sea lo más parecido a Strawberry Fields Forever. Yo en esa época no sabía qué era un melotrón ni un sintetitzador. Los Beatles jamás ponían data. Después vino Chick Corea y empezó a decir que usaba un DX7 o lo que fuera y, claro, uno se desilusionaba. Quiero que la música sea más como una película, no me importa si el instrumento es sampleado o no. Hace mucho que no me interesan los músicos, sino los directores de cine. Desde que murió Kurt Cobain ningún músico me provocó nada. El mundo es otro, ya no está el idealismo, nadie fuma, la gente está con su telefonito haciendo boludeces. Para mí el rock es Beatles, Stones, Bob Dylan, Who, Nirvana. No tiene que ser fuerte, pero tiene que tener peligro.
Por Sandra De La Fuente
Fuente: Clarín
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