El rockero argentino Charly García se presentó el pasado jueves en el estadio Alberto Spencer, ante unas 3.000 personas, que disfrutaron de un concierto de dos horas.Ampliar imagen Charly terminó la noche tocando en el bar Diva Nicotina.A las 19:00, el estadio Alberto Spencer lucía semivacío (tiene capacidad para 45.000 personas). Los fanáticos de Charly García, que ya habían llegado temprano al lugar, temieron que el artista no se presente.
Los rumores crecían, pero unos minutos antes de las 21:00, las luces se apagaron. Y unas 2.500 personas vieron a Charly salir del escenario, contento y dispuesto a brindar el show.
Empezó, sentado frente al piano de cola, con “Me siento solo, lindo, joven,/ Viejo, triste, loco, nuevo, viejo y usado” (de El amor espera), pero el rockero no lució triste, sino que fue una mezcla de emoción y energía contagiantes, que hizo que el público cante a todo pulmón las canciones que interpretó.
Y aunque Charly no tiene en su voz la nitidez de hace quince años y en su cuerpo la fuerza de la juventud, sus manos aún están intactas, y su interpretación en el piano fue impecable. Luego de la primera canción se paró en la mitad del escenario. Vino Rap del exilio, tema que acompañó con baile y muecas.
Y luego de la esperada pregunta: “¿Quieren rock?”, al cual el público le respondió sí al unísono, Charly dijo: “Les voy a tocar un rock”, y empezó Cerca de la revolución, acompañado de Hilda Lizarazu en los coros, el Zorrito Quintero en los teclados, Carlos García López en la guitarra.
“¿Es la primera vez aquí, no?”, preguntó García, recordando que estuvo en otro lugar del país donde lo llevaron preso. Rió y sonó Hija de la lágrima, una de las canciones más coreadas de la noche. El artista siguió interactuando con la gente, y vinieron temas como Fanky, Demoliendo hoteles, Promesas sobre el bidé y la suave Adela en el carrousel, con la que los presentes tuvieron oportunidad de descansar de los saltos y gritos.
“¿Cómo la pasa Ecuador?, cómo la pasa Guayaquil?...les gusta que les diga Guayaquil, no?, dijo Charly, una frase que levantó del descanso a los fanáticos. El argentino cantó Rezo por vos, mientras jugó con el público, juntando las manos y emulando que rezaba.
En medio de los solos de los músicos que lo acompañaban, interpretó Canción de dos por tres, y Nos siguen pegando abajo. Un fan argentino llamado Carlos, que no había visto nunca a Charly en vivo, dijo que le alegraba enormemente que el artista esté recuperado de su adicción a las drogas, de que pueda brindar un concierto de alta calidad y seguir asombrando con su música, y exclamó que “los que se equivocaron son los que no vinieron a verlo”, y finalizó opinando que “Guayaquil se jacta de ser la capital de la salsa y el merengue, pero creo que la gente debería ir más allá de eso, porque hay más cosas buenas para escuchar”.
Aquí no hubo salsa ni merengue. Hubo rock, camisetas negras, y hombres y mujeres delirando con la música de García, que cuando el argentino amagó con irse por primera vez, no hicieron más que llamarlo con un “olé, olé, olé, olé, Charly, Charly”, hasta que regresó.
No me dejan salir, Buscando un símbolo de paz, Llorando en el espejo, Me siento mucho mejor, Raros peinados nuevos e Influencia fueron los temas siguientes. El argentino se fue una vez más y volvió con su último hit. “Ché, si en verdad me tomás en serio, deberías saber por qué”, que ya anunciaba el pronto final del espectáculo.
Una vez más abandonó el escenario, pero la gente no se movió del sitio, siguió cantando y gritando hasta obtener recompensa. Rock and roll y yo, fue el tema con el que Charly cerró un show inolvidable, donde estuvieron los que realmente aman el rock.
Eran las 23:00, aproximadamente, y Guayaquil tendría más sorpresas. Por llamadas y mensajes de celular, la gente se enteró de que Charly iría a Diva Nicotina, el bar del escalón 10 del cerro Santa Ana. Afuera del sitio la gente insistía en entrar, pero solo unas 150 personas fueron las que pudieron disfrutar del minishow que incluyó seis temas, entre los que estuvieron Seminare, Ruta 66, Black Sugar, de los Rolling Stones.
Mientras tanto, Charly escuchaba la música en el altillo del lugar, hasta que decidió bajar y regalarle la última canción a Guayaquil, Confesiones de invierno. “Y aunque a veces me acuerdo de ella/ dibujé su cara en la pared./ Solamente muero los domingos./ Y los lunes ya me siento bien. Fue lo último que dijo, y se fue, dejando a la gente más que feliz en el bar.
Los rumores crecían, pero unos minutos antes de las 21:00, las luces se apagaron. Y unas 2.500 personas vieron a Charly salir del escenario, contento y dispuesto a brindar el show.
Empezó, sentado frente al piano de cola, con “Me siento solo, lindo, joven,/ Viejo, triste, loco, nuevo, viejo y usado” (de El amor espera), pero el rockero no lució triste, sino que fue una mezcla de emoción y energía contagiantes, que hizo que el público cante a todo pulmón las canciones que interpretó.
Y aunque Charly no tiene en su voz la nitidez de hace quince años y en su cuerpo la fuerza de la juventud, sus manos aún están intactas, y su interpretación en el piano fue impecable. Luego de la primera canción se paró en la mitad del escenario. Vino Rap del exilio, tema que acompañó con baile y muecas.
Y luego de la esperada pregunta: “¿Quieren rock?”, al cual el público le respondió sí al unísono, Charly dijo: “Les voy a tocar un rock”, y empezó Cerca de la revolución, acompañado de Hilda Lizarazu en los coros, el Zorrito Quintero en los teclados, Carlos García López en la guitarra.
“¿Es la primera vez aquí, no?”, preguntó García, recordando que estuvo en otro lugar del país donde lo llevaron preso. Rió y sonó Hija de la lágrima, una de las canciones más coreadas de la noche. El artista siguió interactuando con la gente, y vinieron temas como Fanky, Demoliendo hoteles, Promesas sobre el bidé y la suave Adela en el carrousel, con la que los presentes tuvieron oportunidad de descansar de los saltos y gritos.
“¿Cómo la pasa Ecuador?, cómo la pasa Guayaquil?...les gusta que les diga Guayaquil, no?, dijo Charly, una frase que levantó del descanso a los fanáticos. El argentino cantó Rezo por vos, mientras jugó con el público, juntando las manos y emulando que rezaba.
En medio de los solos de los músicos que lo acompañaban, interpretó Canción de dos por tres, y Nos siguen pegando abajo. Un fan argentino llamado Carlos, que no había visto nunca a Charly en vivo, dijo que le alegraba enormemente que el artista esté recuperado de su adicción a las drogas, de que pueda brindar un concierto de alta calidad y seguir asombrando con su música, y exclamó que “los que se equivocaron son los que no vinieron a verlo”, y finalizó opinando que “Guayaquil se jacta de ser la capital de la salsa y el merengue, pero creo que la gente debería ir más allá de eso, porque hay más cosas buenas para escuchar”.
Aquí no hubo salsa ni merengue. Hubo rock, camisetas negras, y hombres y mujeres delirando con la música de García, que cuando el argentino amagó con irse por primera vez, no hicieron más que llamarlo con un “olé, olé, olé, olé, Charly, Charly”, hasta que regresó.
No me dejan salir, Buscando un símbolo de paz, Llorando en el espejo, Me siento mucho mejor, Raros peinados nuevos e Influencia fueron los temas siguientes. El argentino se fue una vez más y volvió con su último hit. “Ché, si en verdad me tomás en serio, deberías saber por qué”, que ya anunciaba el pronto final del espectáculo.
Una vez más abandonó el escenario, pero la gente no se movió del sitio, siguió cantando y gritando hasta obtener recompensa. Rock and roll y yo, fue el tema con el que Charly cerró un show inolvidable, donde estuvieron los que realmente aman el rock.
Eran las 23:00, aproximadamente, y Guayaquil tendría más sorpresas. Por llamadas y mensajes de celular, la gente se enteró de que Charly iría a Diva Nicotina, el bar del escalón 10 del cerro Santa Ana. Afuera del sitio la gente insistía en entrar, pero solo unas 150 personas fueron las que pudieron disfrutar del minishow que incluyó seis temas, entre los que estuvieron Seminare, Ruta 66, Black Sugar, de los Rolling Stones.
Mientras tanto, Charly escuchaba la música en el altillo del lugar, hasta que decidió bajar y regalarle la última canción a Guayaquil, Confesiones de invierno. “Y aunque a veces me acuerdo de ella/ dibujé su cara en la pared./ Solamente muero los domingos./ Y los lunes ya me siento bien. Fue lo último que dijo, y se fue, dejando a la gente más que feliz en el bar.
Fuente: El Universo
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