sábado, 28 de noviembre de 2009

Un show para los verdaderos fans de Charly García


El rockero argentino tocó 26 canciones durante dos horas en el estadio Alberto Spencer.

No eran muchos, pero los que acudieron al estadio Alberto Spencer eran los necesarios. Los que Charly García necesitaba ver. Los verdaderos ‘aliados’, como el músico argentino los reconoce. Su ejército Say no more.Y Charly dijo: “¿Quieren rock? La respuesta fue un “sí”, más que obvio. Charly sabía a la perfección lo que debía hacer (lo sabe desde hace 37 años en que apareció con Nito Mestre en Sui Géneris en el festival BA Rock). Con aquel colectivo “sí”, los guitarristas Kiushe Hayashida y el ‘Negro’ García López soltaron los primeros acordes de Cerca de la revolución. Era rock puro, respaldado por la potente batería que tocaba el chileno Toño Silva, el teclado del Zorrito (Fabián Quintiero), quien lucía muy semejante a Jack Sparrow (el personaje que interpreta Johnny Depp en Piratas del Caribe) y la dulce voz de la siempre inquieta Hilda Lizarazu.Eran las nueve de la noche. El amor espera, Rap del exilio y No soy un extraño abrieron el espectáculo de Charly, quien optó por un vestuario casual con jeans, zapatos de suela, camisa negra por fuera y saco oscuro.
A esa hora dejó el piano de cola. Se levantó y se dirigió a sus ‘aliados’. Volvía a su asiento. Dejaba que el público coreara sus canciones. Movía sus largos brazos y dirigía a su banda. Llevaba el ritmo, los compases. Tenía el control, mientras un telón gigante y al fondo exhibía escenas como sobrevuelos, carruseles (para la canción Adela en el carrusel), edifios derrumbándose (en Demoliendo hoteles), cielos y nubes (Rezo por vos), según lo que cantaba Charly.
De vuelta al piano, soltó una pizca de su irreverencia, pero esta vez con buen humor. Pateó una botella que algún desubicado (nunca falta uno) le lanzó.
Se mofaba de sí mismo. “Es la primera vez en Guayaquil. La última vez fue en otro lado y me llevaron preso. Acá lo estoy pasando bien (en referencia a su detención el 27 de diciembre de 2002 por destruir los equipos de sonido en el coliseo Rumiñahui).
El Charly que actuó la noche del jueves pasado era otro. Era uno que gozaba cada canción. Uno que quería agradar a esa gente (aunque sea poca) que lo fue a ver. Una que durante años esperó su visita.
Charly tomaba el micrófono. Elevaba su mano derecha. Bailaba. Movía sus caderas de izquierda a derecha. Movía sus brazos como el aspa de un molino. Coqueteaba con el público.
“¿Quieren Fanky?, preguntaba el ex Sui Géneris, Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán”. Y hubo Fanky.
También hubo Chipi Chipi, Por qué no te animás a despegar. Promesas sobre el bidet, Yendo de la cama al living, Canción de 2x3, Nos siguen pegando abajo, Influencia, Pasajera en trance y más. No faltó alguna ‘obrita’ de Serú Girán. Charly eligió Llorando en el espejo (aunque para el ensayo de la noche anterior sorprendió con Perro andaluz, también de Serú, una que no estaba en el set list preparado para la ocasión).
Pero Charly no era solo el show. Sus músicos tenían su protagonismo, uno que el mismo Mr. Say no more, les permitía. Hayashida y el Negro (el mismo que también tocó en Zas con Miguel Mateos y otras bandas), alternaban sus solos de guitarra. En ocasiones los ejecutaban juntos.
Hilda, con un traje verde esmeralda, su inconfundible cabello rojo y una malla que ajustaba sus piernas, correteaba de un extremo a otro. Así sucedió con Símbolo de paz. Charly e Hilda combinaban sus voces.
Jugueteaban en el escenario. Se perseguían uno al otro. Hayashida y el Zorrito golpeaban las congas, mientras Charly golpeaba con furia las teclas del piano. “¿Qué haces loca?”, le decía a Hilda, quien estaba parada sobre el pesado instrumento de cola.
Con Me siente mucho mejor, No me dejan salir (aquella del Clics Modernos y su conocido “estoy verde” el público estaba enloquecido, más de lo que el mismo Charly. Y esa locura se reflejó cuando en media interpretación de No voy en tren, se fue del escenario. Volvió cinco minutos después para su promocional Deberías saber por qué y Hablando a tu corazón. “Gracias Guayaquil. Les gusta que les diga Guayaquil”, decía. Hubo otro amague de despedida.
La contundencia de No toquen con su “están muertos, están muertos sí...”, más Rock and roll cerraron el show. Quedaba un “chau”, a secas de Charly y la venia con sus músicos. Era el final, pero solo del show en el estadio.
Otro lo aguardaba en Diva Nicotina, en los primeros escalones del cerro Santa Ana. Ahí, con puertas cerradas y para solo unos cuantos elegidos, el Negro, Zorrito y compañía versionaron a Rolling Stones, Steve Ray Vaughan, Pappo Blues, Serú y más. Charly se divertía en el segundo piso. A la una y media de la madrugada bajó, se sentó frente al piano del bar y entonó Confesiones de invierno, la de Sui Géneris. “Perdonen por tocar de espaldas a ustedes, pero el piano lo pusieron así”. Terminó de tocarla y se fue. Una fue suficiente.

Por: Rafael Veintimilla
Fuente: El Telégrafo

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