Del encierro al rock de estadios. Ambos protagonizaron reencuentros en escala masiva con su repertorio musical y, en esta reunión cumbre cargada de afecto, resumen el año del rock argentino.
"¿Te gustó así?", pregunta Spinetta pasándose las manos por la remera de Conduciendo a Conciencia. García está grandote, sedado y completamente de negro. "Que sea por una causa noble", lo estimula Luis. "Una causa que no sea solamente la Rolling Stone." Y Charly, que camina por el estudio fumando rubios, con semblante bonachón y tempo cansino, como arrancado mimosamente de una hibernación, lo envuelve en un abrazo de camarada. "Maestro", susurra Luis.
No es el primer abrazo del año entre estas dos leyendas activas del rock nacional. Hubo, al menos, un par antes. El primero, privado, fue en los estudios MCL de Villa Ortúzar, donde García se reencontró con su oficio después de meses de rehabilitación. Una rehabilitación que tiene que haber sido dura, que debe seguir siendo dura; a Charly se lo ve transformado, y esa serenidad farmacológica, esa sumisión a las circunstancias es resultado de un programa médico radical. Spinetta es el que habla, el que regula el clima de la sesión de fotos dirigida por Eduardo "Dylan" Martí, viejo amigo del Flaco, lente y retina de la cultura rockera de Buenos Aires, jugador y retratista de una generación de hippies que se dispersó entre caídos, conversos, sobrevivientes y pertinaces. "Me dijeron que en la Rolling Stone de Estados Unidos salieron Bono, Springsteen y no sé quién más por el aniversario del Hall of Fame", comenta Spinetta. "Y mirá estas dos estrellas, eh", dice señalándose a él y a García. "¡La realidad nacional!"
La realidad del rock, diríamos. Caballeros entrados en años, orgullosos de sus arrugas y de sus heridas de combate, compositores que se reencuentran con su repertorio y que entran sin complejos, definitivamente por la puerta grande de la música popular y de una tierra apátrida como es el rock & roll. Todo lo que se diga está de más. El momento de estos dos habla por sí solo. Spinetta, a punto de cumplir 60 y en uno de sus mejores estados como solista, cruza los cables del pasado y nos hunde en la lava eléctrica de todos sus grupos. Y ya nos lo enseñó McFly: los viajes en el tiempo pueden alterar el curso de la historia.
Hace un par de meses, García festejó sus 58 en vivo en la cancha de Vélez, bajo la lluvia, cantando las mejores canciones de su cosecha solista -y concretando el segundo abrazo, esta vez público, con Spinetta- después de una temporada en alguna filial blanda del infierno, ticket de regreso incluido. Charly había quedado solo, roto y adicto a casi todo. A veces cuesta verlo así, en ese limbo suave, pero sigue siendo -ahora desde el reverso de la edad asumida, y de la paz firmada a la fuerza- el soldado que se cuenta las cicatrices en público. Aún sorprende que ese hombre que alguna vez fue tornado hoy pida permiso para fumar durante la sesión y descansar entre foto y foto.
Dylan pone una guitarra Hagstrom -diseño sueco, fabricación china- a disposición de los modelos, y Emma Horvilleur -hijo de Dylan- llega para bajar un órgano que despierta comentarios del tipo "Mirá a lo que terminamos volviendo: ¡al Farfisa!". En los centímetros de aire que hay entre ellos dos se condensa algo que puede ser química, mitología o simplemente calor humano. La sonrisa y la complicidad de dos creadores que libran batallas distintas, que se admiran entre sí, que fueron pioneros de algo grande y que tuvieron la ambición personal de mantenerse en el centro del rodeo. Y el fuego sagrado necesario para sostener esa ambición con arte.
Por Pablo Plotkin
Fuente: RollingStone
Dos Gigantes del rock, los mejores
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